En los ojos vidriosos, el fuego fatuo aletea, sembrando penumbras
allí en mi azotea.
En el movimiento envolvente del huracán en tierra, se
mezclan las nostalgias perdidas en las guerras.
En el colapso tranquilo de corazones desbocados, las
caricias acurrucan el letargo de los años.
En el infranqueable muro, que domina tus entrañas, entran
ranuras de luz, tibia como la esperanza.
En el sumiso verso enarbolado de palabras, se iluminan los
luceros con el brillo del alba.
El poema entretejido de solemnes madrugadas, grita a los
barloventos, ¡te espero en la estacada!
La cadencia de la estrofa, silabea en esos labios, que
profunda y vigorosa solo quiere consolarlos.
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